
San Lucas 18,1-8

Jesús enseñó con una parábola que era necesario
orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios
ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad
vivía una viuda que recurría a él, diciéndole:
'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo:
'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para
que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a
él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará
justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará fe sobre la tierra?".
«Jesús decía... que es preciso orar siempre»
Es preciso que no restrinjas tu oración a la sola
petición en palabras. En efecto, Dios no necesita que se le
hagan discursos; sabe, aunque no le pidamos nada, lo que nos
hace falta. ¿Qué hay que decir a esto? La oración no consiste
en fórmulas: engloba toda la vida.
«Por tanto, ya comáis, ya bebáis, dice el apóstol Pablo,
o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.»
(1C 10,31).
¿Estás en la mesa? Ora: al tomar el pan, agradece a quien te
lo ha concedido; bebiendo el vino, acuérdate del que te ha
hecho este don para alegrar tu corazón y solazar tus miserias.
Acabada la comida, no te olvides de tu bienhechor.
Cuando te pones la túnica, agradece al que te la ha dado;
cuando te pones tu manto, muestra tu afecto a Dios que nos
provee de vestidos adecuados para el invierno y para el
verano, y para proteger nuestra vida.
Acabado el día, agradece a aquel que te ha dado el sol
para trabajar durante el día y el fuego para iluminar la noche
y proveer nuestras necesidades. La noche te da motivos para la
acción de gracias; mirando el cielo y contemplando la belleza
de las estrellas, ora al Señor del universo que ha hecho todas
las cosas con tanta sabiduría. Cuando contemplas a la
naturaleza dormida, adora a aquel que con el sueño nos alivia
de todas nuestras fatigas y, a través de un poco de descanso,
devuelve el vigor a nuestras fuerzas.
Así orarás sin descanso, si tu oración no se contenta con
fórmulas y si, por el contrario, te mantienes unido a Dios a
lo largo de toda tu existencia, de manera que hagas de tu vida
una incesante oración.
San Basilio (c. 330-379), monje y obispo de Cesárea en Capadocia,
doctor de la Iglesia

Ama orar. Siente a menudo la necesidad de orar a lo largo del día.
La oración dilata el corazón hasta que éste sea capaz
de recibir el don de Dios que es él mismo. Pide, busca,
y tu corazón se ensanchará hasta el punto de recibirle,
de tenerle en ti como tu bien.
Deseamos mucho orar, pero después, fracasamos.
Es entonces cuando nos desanimamos y renunciamos.
Si quieres orar mejor, debes orar más.
Dios acepta el fracaso, pero no quiere el desánimo.
En la oración cada día más quiere que seamos como niños,
cada vez más humildes, cada vez más llenos de agradecimiento.
Quiere que tengamos presente que todos pertenecemos al
cuerpo místico de Cristo, en el que la oración es perpetua.
En nuestras oraciones debemos ayudarnos unos a otros.
Liberemos nuestros espíritus. No hagamos largas oraciones,
que no se acaban nunca, sino más bien breves, llenas de amor.
Oremos por los que no oran.
Acordémonos que el que quiere poder amar, debe poder orar.
Santa Teresa de Calcuta

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