Ser Buenos Padres







Ser un buen padre o una buena madre significa no
interponer nunca nuestros intereses personales a
las necesidades afectivas, espirituales y materiales
de nuestros hijos. Significa estar presente en
todos sus días y acompañarlos en su desarrollo
integral.



Es enseñarles los valores de la vida que hacen más
fácil la convivencia entre las personas, el respeto
hacia los demás y hacia sí mismos. Es transmitirles
amor en todo momento, en cada gesto, en el
contacto, en las palabras, tambien aún cuando
debamos reprenderlos.

Es saber sonreírles con la mirada franca y plena de
dulzura. Asombrarnos con sus pequeños grandes
descubrimientos, pues cada paso dado por ellos es
una puerta a las maravillas del mundo con sus
asombros y novedades. Aunque lo hayamos visto
miles de veces y nuestros pasos hayan recorridos
tantas direcciones. Esos son los momentos en
que nos convertimos en las estrellas
orientadoras de su vida.



Ser un buen padre o una buena madre, significa
aplicar el verdadero sentido del "dar sin esperar
nada a cambio", porque no tenemos derecho a
exigirles ninguna cuota de cariño o reconocimiento
si no hemos sabido plantar en sus almas esa pequeña
semilla llamada AMOR.

Cuando un niño nace, no tiene nada, ni nadie más
importante que su mamá y su papá, los seres que lo
engendraron. Ellos son las pequeñas blancas chispas
del amor. No solo del amor y el deseo que sintieron
sus padres entre sí al relacionarse, sino que lo más
importante es que son las blancas chispas del amor
que emite Dios al permitir la expansión de la vida y
la conciencia.



No debemos esperar ningún agradecimiento de su
parte, pues somos nosotros quienes debemos estar
agradecidos a Dios que nos ha permitido dejar
nuestra simiente en la Creación. Porque nos ha
dado a alguien que realmente nos necesita y nos ama,
porque son los niños por los que vale la pena luchar,
crecer y crear.

En cada niño que viene al mundo, una chispa de Dios
brilla en sus ojos. En cada niño que viene al mundo
llega siempre la esperanza y la buenaventura, porque
ellos son ángeles puestos a nuestro cuidado para que
aprendamos a volar con las alas del espíritu,
impulsados con el amor con que los alimentemos.



Ser un buen padre o una buena madre es volcar en ellos
el manantial de la vida para saciar la sed del
espíritu que siempre siente la pérdida de una fuente
infinita. Y aún cuando nuestros pasos cansados se hagan
lentos con el tiempo, alcanzarles a nuestros hijos
siempre un gesto de amor, un saludo del alma en una
taza de leche o en un beso en la frente.

Ser un buen padre no es cumplir con una cuota
alimentaria impuesta por el sistema jurídico de una
sociedad, no es sacarlos a pasear como a ventilarse y
después ir a dormir. No es imponerles la obligación de
entender, cuando no saben entender, que la madre o
el padre no están porque deben trabajar.



Ser buenos padres significa aprender a compartir el
nuevo asombro de quien nos está integrando a sus vidas
en el futuro. Deja de ser egoísta intentando integrar
a tus hijos a tu pasado, porque no vale la pena, estás
desperdiciando un precioso instante en la historia del
mundo entero. Herédale lo mejor de tu vida, no tus
miserias, ésas llévalas a la clínica de Dios, que más
allá de las nubes estará esperandote.

Trata de ser un buen padre y una buena madre
porque aún cuando el mundo con sus miles de vueltas
nos canse de vértigo, siempre encontraremos en
nuestros hijos, el oasis del afecto esperándonos,
atentos en el abrazo y el cariño sin límites.



Si hemos sabido darles amor a tiempo, una
una sonrisa a tiempo, un abrazo a tiempo,
entonces y solo entonces, encontraremos
en ellos todo eso junto sin que valga
ninguno de los otros momentos, porque justo en ese
instante se detiene el tiempo y por un fugaz intento
nos acercamos y vivimos un minuto eterno en el
intercambio del afecto, con la sonrisa abierta y la
mirada atenta a sus destellos.

Miguel Angel Arcel




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